sábado, 31 de enero de 2015
¿Merece tu pena?
Así, en general.
Qué triste dar palos de ciego.
Qué triste dar, y dar, y defender en tu soledad,
dentro de tu más engañada y autoimpuesta ignorancia,
que no estás completa, cruel y totalmente sola.
Qué triste pensar que tu desgaste merece la pena,
que merece esa pena que nace en las entrañas
y te acuchilla el corazón en silencio cada vez que te dices "merece la pena".
Odio esa frase, nada merece tu pena.
No tanta.
Y entonces, lentamente,
apartas con un dedo la venda de tus ojos.
Solo un poco, lo mínimo,
no vaya a ser que la realidad te despierte con un tortazo proporcional a tu estupidez.
Y entonces te duela (la realidad, el alma y él).
Rápidamente apartas el dedo,
lo que te ha parecido ver, no huele a rosas como aquellos veintitrés.
Y sigues, y ciega, y palos.
Pero tu ya no los das, dejas que ellos te golpeen,
intentando creer que recibir, absorber y callar es la más romántica y única solución.
Las excusas, al principio, son paliativas,
luego empiezan a picar,
escuecen
arañan,
queman,
y matan.
Empiezas a preguntarte si el haberte acostumbrado a la rutina de dar y no recibir
es tan normal como la pintabas;
o quizá es la madre de todas las excusas más tristes del mundo.
Y entonces pasa, te quitas (te quitan) la venda de una tirada.
Pero no abres los ojos,
los aprietas, fuerte,
la oscuridad es algo más indolora que la realidad.
Porque te aviso.
La realidad es aquello que se esconde tras las excusas,
y de igual manera quema, aprieta, ahoga, y golpea.
Y lo peor es que siempre gana,
nada puedes hacer contra ella.
Y entonces, (y sólo entonces y no antes)
empiezas a hacer balance.
Te miras las heridas, buscas su razones,
y no hay nada.
Y ahí es donde me atasco.
Y ahí es donde empiezas a vislumbrar que el esfuerzo invertido es desproporcional con respecto a lo que, en el mejor de los casos, querías recuperar.
La lógica te lleva a pensar que no merece tu pena.
Pero la lógica que envía tu cerebro al corazón se escapa en forma de lágrimas que no te dejan ver.
Y nunca te pones de acuerdo,
y nunca equilibrio,
y nunca armonía contigo mismo.
No merece la pena.
Sabemos la teoría,
qué difícil aplicarla.
Y qué triste, qué triste.
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